¿A qué huele
y sabe Guatemala?
Me gustaba pensar
que huele y sabe a flores, a selva, a tierra mojada con chipi chipi de las
Verapaces, a alfombras con corozo de semana santa, a brisa del Pacífico, a
copal encendido, a chocolate de Xela, a algodón de feria, a churros, a
garnachas, a todas esas cosas que nos hacen suspirar y pensar en buenos
tiempos.
Pero nooooo….
Estaba muy lejos de la realidad.
Realmente
nunca había sido consciente de que estaba buscando el gusto que tiene
Guatemala. Hasta que un día, un buen hombre le regaló, a otro buen hombre, una
botella. Una botella de miel, llena con algo que no era miel, sino más bien “vino”
–entre comillas- de cerezas, y con adornos churriburescos* de siemprevivas y
lacitos alrededor de una etiqueta tipo Xerox. Y ese otro buen hombre me la
regaló a mí.
La abrí y
fue una fiesta para mi nariz. La probé y fue una zarabanda con lazo en mi boca.
Sorprendente.
De repente supe cual era el sabor y olor de Guatemala. Era algo que en ese
momento hubiera podido describir como un casamiento de pueblo, con kak’ik y
caldo de gallina criolla, con patojos tirándose pino, con tortillas y tamalitos
de viaje quemándose en el comal mientras un curandero escupe indita con tabaco
y babas en la cara de un pobre cristiano y entonces, entra la patoja de la boda
y suenan los cuetes. Así, algo así era el sabor.
Al ratito,
con el bouquet de zarabanda en la boca lo entendí más. Era como si una doñita indígena de unos
sesenta años se hubiera quitado el corte, después de –repito- sesenta años de
usarlo, y lo hubiera puesto a remojar. Y luego, hubiera embotellado la agüita
esa.
Así sabe
Guate.
A corte.
* Yo sé que se dice churrigueresco, pero me gusta más como suena la otra forma. Otros ejemplos de churriburesco: los sombreritos de Esquipulas, las camionetas extraurbanas, la iglesia de San Andrés Xecul. :)
Más acerca del vino de San Juan del Obispo, Sac.:
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